Archivo Nacional de Honduras: Una breve historia

Francisco Amaya

Cada 27 de agosto, el Archivo Nacional de Honduras cumple un año más de vida. Dentro de sus anaqueles y estantes se resguarda una amplia porción de la Historia oficial del país. Pero lo que pocos saben es que el propio Archivo conformó una importante fase de la Historia Nacional. Esto es así ya que con la creación del Archivo, el país se percata de la importancia de recordar su pasado. Es más, según personajes ilustres como Ramón Rosa, la conciencia del pasado es el arma más poderosa para crear identidad nacional. Dicho de otra forma, es aquello trascendental que nos vuelve hondureños.

La Historia de nuestra querida institución empezó a finales del siglo XIX. En aquel entonces el mundo estaba atravesando numerosos cambios. La Revolución Industrial masificó el transporte, y la producción de bienes. Esto se tradujo en la más rápida difusión de ideas, servicios y corrientes artísticas. Lo cierto es que esta revolución tecnológica favoreció un nuevo orden socioeconómico que se amparó en las ideas libertarias de pensadores como Smith o Locke, junto al pensamiento político de los ilustrados como Rousseau. Además, en el campo del saber, el positivismo, la idea de que la ciencia era aquello que podía verse, tocarse o medirse llevaba años ganando admiradores. Mientras el mundo cambiaba aceleradamente, Honduras no corría por el mismo proceso.

Aunque toda la región centroamericana se había independizado en 1821, el sistema político y económico siguió casi intacto. Es decir que mientras en Europa, Norteamérica y Asia los países eran laicos y democráticos, Honduras seguía usando sistemas españoles del tiempo de la colonia. El país se estaba quedando atrás y las élites conservadoras de aquel tiempo no parecían hacer mucho por impedirlo. Esto cambió con la llegada del liberalismo y el positivismo a México. Para 1871 alcanzó a Guatemala y dentro de la capital del hermano país alcanzó a dos jóvenes intelectuales hondureños. Dichos jóvenes eran Marco Aurelio Soto y Ramón Rosa.

A pesar de que todavía eran muy jóvenes ya habían servido al país vecino como ministros o directores de distintas ramas del gobierno. Su trabajo había sido tan destacado que el Presidente Justo Rufino Barrios les encargó volver a su país, tomar el poder e implementar el liberalismo allí. Ambos partieron hacia Omoa y aunque en un principio las autoridades del gobierno hondureños quisieron impedirles la entrada a punta de armas, finalmente se les permitió ingresar. Solo fue cuestión de tiempo para que ambos pudieran hacerse con el mando en 1876. Como es bien sabido, Soto fue elegido como presidente y Rosa se desempeñó como Ministro General de Gobierno. De inmediato ambos líderes se dieron a la tarea de reformar los vetustos sistemas de administración colonial en favor de un modelo liberal, acorde a las ideas de su tiempo. Es por ello que tan singular proceso histórico lleva del nombre de Reforma Liberal.

En este periodo se hicieron muchas cosas por el país. La educación se hizo laica, se crearon infinidad de escuelas y colegios especializados, se ordenó al aparato de Gobierno y también se intentaron exportar productos hondureños al mercado mundial. Pero uno de los elementos que se suele olvidar es el intento de construir una identidad hondureña. Dicho olvido constituye una de las grandes injusticias de la Historia dado que dicho plan de Gobierno partía de la idea de una sólida identidad nacional.

Como un visionario, Rosa consideró que la mejor forma de conseguir dicha identidad, se encontraba en nuestro pasado. Es ahí donde entra en escena el Archivo Nacional. Anteriormente, intelectuales como Antonio Ramón Vallejo abogaban por la creación de un Archivo de este tipo. Es por ello que el Presidente Soto le confió la tarea de crear un Archivo y una Biblioteca Nacional. La propuesta base era sencilla, se debía trasladar la documentación del Archivo de Gobernación de Comayagua, hacia Tegucigalpa, la nueva capital del país y próxima sede del Archivo Nacional. En acuerdo del 5 de Marzo de 1880 el Presidente de la República oficializó la creación del tan anhelado Archivo Nacional. Dentro del documento se menciona que el Archivo debía quedar a cargo del presbítero licenciado Don Antonio Ramón Vallejo, quien estaba en la obligación de organizar todos los documentos de la mejor manera. En dicho acuerdo se agrega que la Secretaría de Gobernación y Justicia sería el ente encargado de tan importante depósito documental. Sin mucho tiempo que perder, el propio Vallejo se encargó de recoger todos los documentos de la vieja capital. Esto no fue fácil porque la población de aquella ciudad creyó que Vallejo deseaba retirar santos y otras figuras de esplendor colonial para llevarlas a Tegucigalpa. Después de forcejear y notar que solo llevaban papeles dentro de sacos les dejaron ir. Los viajes a Tegucigalpa se hacían en caravanas de diez a quince mulas, y poco a poco el Archivo Nacional vio la luz.

La ceremonia de inauguración se llevó a cabo el 27 de Agosto de 1880 en los salones inferiores de la Universidad Central, contiguo a la Iglesia La Merced. Como parte del protocolo, el Ministro General Ramón Rosa presentó un discurso titulado: Conciencia del pasado en donde mencionaba:

“Los Archivos Nacionales se acaban de inaugurar: Honduras recobra todo su pasado: recobra las páginas perdidas de su historia; se publican los nuevos códigos: y Honduras, liberada de las últimas huellas de represión colonial, adquiere una completa independencia…”

La primera clasificación documental de Vallejó arrojó cinco colecciones documentales, siendo estas la colección de Manuscritos de la Época Colonial, los Manuscritos de los Congresos y Gobiernos, la Colección de Periódicos de Centroamérica y Extranjeros, Archivo de los Libros y Documentos del Telégrafo y por último el Archivo del Tribunal de Cuentas. Pero esta no fue la última clasificación dado que la colección siguió creciendo exponencialmente. Para 1883, después de ciertas evaluaciones se concluyó que el Archivo por fin había concluído su organización. Según mencionan las fuentes, todo estaba tan bien colocado que rápidamente podía encontrarse cualquier documento que se deseara consultar. Para aquel entonces el Archivo tenía en su inventario, 2158 expedientes de tierras, centenares de periódicos nacionales y extranjeros y 4419 volúmenes de documentos manuscritos, dando un total de 162,164 documentos útiles.

Así fue que se construyeron los sólidos cimientos del Archivo Nacional como institución. Como es natural, los documentos que comenzaron a resguardarse ahí fueron de utilidad para los investigadores. El mejor ejemplo fue la primera historia oficial del país, redactada por el propio Vallejo en 1882 y que llevaba como título: “Compendio de la Historia Social y Política de Honduras”. Esto significaba que amparado en el positivismo, el trabajo del Archivo daba sus primeros frutos. Honduras empezaba a retomar su pasado.

Con el paso de los años, a pesar de que ha transitado por muchos locales, el Archivo Nacional de Honduras ha cumplido al país como el mejor centinela de nuestro pasado escrito. Infinidad de investigadores nacionales y extranjeros han pasado por sus puertas, y han dejado tras de si libros de gran impacto para nuestra historia. Es así que el Archivo Nacional, vio luz con el único fin de mostrarnos quienes somos, de donde venimos y hacia donde vamos. Los pasillo repletos de legajos, títulos y gacetas reflejan el esfuerzo de Vallejo, Rosa y Soto para construir esa hondureñidad que si bien es cierto no tiene fin, nosotros construímos día con día.

Fuentes:

Ramos, Víctor. Antonio Ramón Vallejo vida y obra. 2.a ed. Tegucigalpa: Secretaría de Cultura, Artes y Deportes, 2006.

Archivo Nacional de Honduras, Sala de Lectura Colonial, Carpeta de documentos de Antonio Ramón Vallejo, Acuerdo de Creación del Archivo Nacional de Honduras, 5 de marzo de 1880.

 

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