HABLANDO de esos valores intangibles, que sociedades materialistas, al fragor de apuros irrelevantes de su cotidiana vida rutinaria, ven de menos, por algún inusitado milagro cristiano, parecieran aflorar, en esta época navideña. Iniciamos con “El Soldadito de Plomo”. A propósito, todavía hoy, como si fuera ayer, recordamos la bella edición de libros ilustrados de Hans Christian Anderson que mi papá trajo de regalo navideño. Hasta entonces –tomados del grueso texto empastado de los cuentos de los hermanos Grimm– aquellos viajes maravillosos por mundos imaginarios, era la lectura acostumbrada en horas de la noche. El reposado tono de la voz con que leía –casi una canción de cuna–era música conciliadora del sueño. “Aquí les traigo para que se distraigan –fue la sorpresa, con evidente gesto de satisfacción–estos ejemplares de historias infantiles; con láminas estampadas, dibujos a colores de los personajes que facilitan seguir el hilo conductor de la narración”.
“Había una vez 25 soldaditos de plomo, todos hermanos, pues los habían fundido de la misma vieja cuchara de plomo”. “Todos ellos llevaban fusil al hombro, la vista al frente y el pecho erguido, con sus uniformes rojos y azules, iguales entre sí”. “Sin embargo, uno de los soldaditos era diferente: solo tenía una pierna, porque al fundirlo, el plomo no alcanzó para terminarlo”. “Aun con una sola pierna, el soldadito se mantenía firme, tan derecho como los demás”. “Fue el último en salir de la caja, y por eso fue el primero en ser visto por los niños”. “¡Miren, este solo tiene una pierna!”, dijo uno de ellos, y lo colocó sobre la mesa junto a los otros juguetes. “En la mesa había muchos juguetes, pero el más hermoso de todos era un castillo de cartón con ventanas de cristal y un lago de espejos en el frente”. “En la entrada del castillo, había una pequeña bailarina de papel, con un hermoso vestido de tul blanco y una cinta azul en el hombro”. “La bailarina estaba de pie, con los brazos extendidos, y levantaba una pierna tan alto que el soldadito de plomo creyó que, al igual que él, solo tenía una pierna”. “¡Es perfecta para mí!, pensó el soldadito, enamorándose de la bailarina al instante”. “Pero no se atrevió a hablarle, pues él era un soldado y debía permanecer firme y recto”. “Cuando llegó la noche, los niños se fueron a dormir y los juguetes cobraron vida. Los muñecos saltaron, los soldados desfilaron y las marionetas bailaron, pero el soldadito de plomo se quedó quieto, mirando a la bailarina sin decir una palabra”. “Ella también permanecía inmóvil, siempre con la pierna en alto”. “A la mañana siguiente, uno de los niños, mientras jugaba, puso al soldadito en la ventana. De repente, un fuerte viento abrió la ventana de golpe, y el soldadito cayó desde el tercer piso hasta la calle”. “Cayó de cabeza, pero se mantuvo firme, con su fusil al hombro y su única pierna recta como siempre”.
“Los niños corrieron a buscarlo, pero no lo encontraron. La lluvia comenzó a caer, y el agua de la calle lo arrastró hacia una alcantarilla”. “¡Aquí viene el soldado!, gritó un niño que jugaba con un barquito de papel”. “Sin pensarlo, el niño colocó al soldadito dentro del barquito, que se dejó llevar por la corriente de la alcantarilla”. “El soldadito navegó con valentía, atravesando oscuros pasadizos y enfrentándose a las corrientes de agua”, “¡resiste, soldado! ¡Se fuerte y firme!, se decía a sí mismo”. “Pronto apareció una rata de alcantarilla que, mostrando los dientes, le gritó: -“¡Detente y paga peaje! ¡Paga, o no te dejaré pasar!”. “Pero el soldadito siguió su camino, siempre firme y erguido, sin mirar atrás”. “El agua se hizo más rápida y el barquito comenzó a girar, hasta que cayó en una gran cascada de la alcantarilla”. “El barquito se deshizo, y el soldadito se hundió en el agua”. “Este es mi fin”, pensó el soldadito. “Mientras caía, recordó a la hermosa bailarina, cuyo rostro lo había acompañado todo el tiempo”. “De repente, una luz brillante lo rodeó”. “Un pez enorme se lo había tragado de un solo bocado”. “Dentro de la barriga del pez, el soldadito permaneció firme, como siempre, sin perder la compostura”. “Pasaron horas o tal vez días”. “Pero entonces, de pronto, todo se agitó, y el soldadito vio la luz del día nuevamente”. “¿Qué había pasado?”. “El pez había sido capturado por un pescador, vendido en el mercado y llevado a la cocina de una casa”. “Cuando la cocinera cortó el pescado, encontró al soldadito de plomo dentro de la barriga del pez”. -“¡Mira, el soldadito de plomo! -exclamó uno de los niños de la casa”. “El niño lo reconoció de inmediato y, lleno de alegría, corrió a colocarlo de nuevo sobre la mesa, donde estaba la hermosa bailarina”. “El soldadito la miró con sus ojos de plomo, y ella le devolvió la mirada”. “No dijeron nada, pero ambos sabían que se habían reencontrado”. “Sin embargo, el destino aún tenía una última sorpresa”. “Uno de los niños, sin pensar, tomó al soldadito de plomo y lo arrojó al fuego de la chimenea, por puro capricho infantil”. “El soldadito cayó en las llamas y sintió el calor abrasador a su alrededor. Sabía que su fin había llegado, pero no mostró miedo ni tristeza”. “Miró a la bailarina por última vez, y ella le devolvió la mirada con ternura”. “El calor se volvió insoportable, y el cuerpo de plomo comenzó a derretirse”. “En ese mismo instante, una ráfaga de viento levantó a la bailarina de papel y la arrojó al fuego, justo a su lado”. “Ambos se consumieron juntos en las llamas”. “El soldadito se derritió hasta convertirse en una pequeña masa de plomo, y la bailarina se convirtió en cenizas”. “Cuando la chimenea se apagó y los niños limpiaron las cenizas, encontraron una pequeña pieza de plomo con forma de un corazón”. “El corazón del soldadito había sobrevivido al fuego”. (Valores intangibles –entra el Sisimite– amor, sacrificio, lealtad, resiliencia en la soledad y firmeza en la adversidad. Las pruebas de la vida. -Terminaron juntos –suspira Winston– fusionados por el fuego; el amor perdurable que trasciende, en un corazón de plomo).