Por José González
I.- NACIENDO EN LA REVOLUCIÓN
Mil novecientos veinticuatro fue un año hartamente difícil para Honduras. Una revolución fratricida había diezmado recursos humanos y económicos valiosos para el desarrollo del país. Bajo ese ambiente nebuloso y bajo el mandado presidencial provisional del general Vicente Tosta, vino al mundo en el mes de septiembre y en Tegucigalpa un niño al que bautizaron con el nombre de Antonio José Rivas Aguiluz. El padre del poeta, Anselmo Rivas, era diplomático y era el embajador de Nicaragua ante nuestro país. A él le tocó lidiar, como diplomático que era, entre las facciones en pugna, para conseguir la paz en el territorio nacional. Su madre, la comayagüense Inés Aguiluz, conoció a Anselmo, en Tegucigalpa, donde ella estudiaba.
Al realizarse un cambio de gobierno en Nicaragua, Anselmo quedó cesante del cargo diplomático que ostentaba. Aunado a una grave enfermedad de su esposa después del parto de su tercer descendiente, tomaron juntos la decisión de iniciar una nueva vida con retos a cuestas en Comayagua. La llegada del matrimonio Rivas-Aguiluz a Comayagua se cristalizó en el año 1928.
II.- PASOS ESCOLARES
Y ACADÉMICOS
El niño Rivas Aguiluz, hace su escuela en el centro de instrucción “Fray Juan de Jesús Zepeda”, que quedaba frente a la casa que ocupaba el matrimonio en Comayagua, donde el poeta, escribiría años más tarde, el hermoso poema Mutilaron el naranjo del patio. Sin embargo, la muerte de Anselmo, ocurrida en 1935, siendo director del Instituto “León Alvarado”, hace que Antonio José, viaje a Choluteca, donde un tío materno suyo, Federico, vive. Allí realiza estudios de bachillerato en el viejo e importante colegio “León Alvarado”, los que culmina con singular éxito. Como un deseo paterno, al joven Rivas, se le entroniza para que prosiga la carrera de derecho, misma que inicia en la Universidad Central, hoy UNAH, en Tegucigalpa. Sim embargo, al poco tiempo de iniciarla se ofrece la oportunidad de viajar a Granada, para proseguir allí, con la testa sobria y altiva, su carrera de abogado. Estando en Nicaragua, deja Granada y se pasa a vivir a León, donde su veta de poeta en ciernes es desarrollada en pleno, igual que sus ambiciones. Decide, sin bombos ni platillos, no continuar su carrera de abogado, pues la vena azul de la poesía ha calado hondo en su corazón sensible y animado. En 1950 había obtenido en León, el primer premio de los Juegos Florales de la centenaria ciudad. Eso, imaginamos, es lo que lo hace desistir de sus opciones anteriores, y entra, laurel en mano, al cambio de la poesía, para bien de Honduras y de Comayagua.
Al tiempo que fenecen sus aspiraciones de convertirse en abogado, retoma en 1951, a Comayagua ciudad donde aún reside su madre y sus hermanas. Al no encontrar un trabajo estable en esta ciudad colonial, que tarde imantaría su alma sensitiva, toma rumbo a Tegucigalpa, donde labora como catedrático en la UNAH, y participa del ambiente cultural y literario que se da en esa universidad. Estando allí, participa en el concurso literario que patrocina el Club Rotario y donde obtiene el segundo premio en el concurso de poesía. Esta ya roza con sus alas intangibles la metáfora sutil del poeta.
III.- VIDA LITERARIA
Roberto Sosa y Francisco Salvador, intelectuales integrantes de la llamada generación del 50, misma que incluiría en su seno a Rivas, fundan en Tegucigalpa, las Ediciones Kukulcan, que además de patrocinar publicaciones, editaba una revista cultural del mismo nombre. Es en esta empresa, donde en 1964, ve la luz pública el primer libro de Antonio José Rivas, mismo que lleva por título el sugestivo como enigmático Mitad de mi silencio, el que tiene una acogida muy calurosa en las letras nacionales y lanza, laurel en ristre, a Rivas, como poeta reconocido. Con la tranquilidad que brinda un libro publicado y aureolado de una crítica favorable, el poeta se dedica a desarrollar más su veta creado-ra y así logra trascender el ámbito vernáculo. En 1967 resulta finalista del premio “Carabela”, que se patrocina desde Barcelona, España. Tentado ya por la fortuna, persiste en los ajetreos y en el azar de los premios, y en 1968, gana por fin, el premio de poesía “Hispanidad”, otorgado por la misma ciudad condal de Barcelona. Por las exigencias de ambos concursos, Rivas participa con dos poemas largos y sobrios: Esta casa que digo y Alba del descubrimiento, mismos que son incluidos en la edición de su libro póstumo El agua de la víspera, publicado por la editorial Guaymuras en Tegucigalpa en 1996. Más tarde en 1974, a diez años de la publicación de su primer libro, el Consejo Metropolitano del Distrito Central, le concede el premio “Ramón Amaya Amador”. Nueve años más tarde, en 1983, el estado hondureño, le concede por sus méritos, la más alta presea literaria: el premio Nacional de Literatura “Ramón Rosa”.
En 1989 Rivas hace su ingreso formal a la Academia Hondureña de la Lengua, tras rendir una exitosa y bien documentada tesis de ingreso, que versó sobre la vida y obra de su paisano en las letras, Ramón Ortega. La contestación de oficio a esta tesis fue sustentada por el intelectual Víctor Cáceres Lara.
IV.- RIVAS EN EL PERIODISMO
Aparejado a su carrera literaria, pervivió en Rivas un apasionado amor al periodismo, mismo que ejercito en León, Nicaragua, en el Diario Excélsior y en el Diario El Cronista, de la misma ciudad, estando en Tegucigalpa, actuó como redactor de El Cronista.
Rivas murió el 14 de abril de 1995, en su ciudad materna y tantas veces cantada, Comayagua, a la que bautizó sabiamente y en mejor tono poética, como plegaria florecida.