COMO decíamos ayer; hablando de esos valores intangibles, que sociedades materialistas, al fragor de apuros irrelevantes de su cotidiana vida rutinaria, ven de menos, por algún inusitado milagro cristiano, parecieran aflorar, en esta época navideña. Hoy –a manera de inspiración– una de las anécdotas navideñas más entrañables de la cultura norteamericana. “Una niña, pregunta a sus padres si existe Santa Claus”. -“Escribe al periódico –le aconsejan– y pregúntales”. La carta de Virginia O’Hanlon: Querido editor: “Soy una niña de 8 años. Algunos de mis amiguitos dicen que Santa Claus no existe. Papá dice que, si lo veo en “The Sun”, será verdad”. “Por favor, dígame la verdad, ¿existe Santa Claus?”. El 21 de septiembre de 1897, “The Sun” (de Nueva York), publicó la famosa respuesta editorial –escrita por Francis Pharcellus Church– bajo el título: “Sí, Virginia, Santa Claus existe”.
“Virginia, tus pequeños amigos están equivocados. Se han visto afectados por el escepticismo de una época escéptica. No creen en nada que no puedan ver. Creen que nada puede existir si no se puede comprender con sus mentes pequeñas. Todas las mentes, Virginia, ya sean de hombres o niños, son pequeñas”. “En este gran universo nuestro, el hombre es un simple insecto, una hormiga, en su intelecto comparado con el mundo ilimitado que lo rodea, medido por la inteligencia capaz de captar la totalidad de la verdad y el conocimiento”. “Sí, Virginia, Santa Claus existe”. “Él existe con tanta certeza como existen el amor, la generosidad y la devoción, y sabes que abundan y dan a tu vida su mayor belleza y alegría”. “¡Ay! ¡Qué mundo tan triste sería el nuestro si no existiera Santa Claus! No habría fe infantil, ni poesía, ni romance para hacer soportable esta existencia. No tendríamos más disfrute, excepto en los sentidos y la vista. La luz eterna con la que la infancia llena el mundo se apagaría”. “No creer en Santa Claus. ¡Tonterías! Podrías hacer que tu papá contrate hombres para vigilar todas las chimeneas la noche de Navidad para atrapar a Santa Claus, pero incluso si no lo vieras descender por una chimenea, ¿qué probaría eso?”. “Nadie ve a Santa Claus, pero eso no prueba que no exista”. “Las cosas más reales en el mundo son aquellas que ni los niños ni los hombres pueden ver”. “¿Alguna vez has visto a las hadas bailando en el césped? Por supuesto que no, pero eso no prueba que no estén allí. Nadie puede concebir o imaginar todas las maravillas invisibles e inimaginables que hay en el mundo”. “Tú puedes destrozar el sonajero de un bebé y ver qué es lo que produce el ruido por dentro, pero hay un velo que cubre el mundo invisible que ni el hombre más fuerte, ni siquiera la fuerza unida de todos los hombres más fuertes que hayan existido, podría romper”.
“Solo la fe, la fantasía, la poesía, el amor y el romance pueden apartar ese velo y ver y describir la belleza y la gloria más allá”. “¿Es todo eso real?”. “¡Ah, Virginia, en todo este mundo no hay nada más real y perdurable!”. “No hay Santa Claus. ¡Gracias a Dios que vive y vivirá para siempre! Mil años a partir de ahora, Virginia, no, diez veces diez mil años a partir de ahora, seguirá alegrando el corazón de la infancia”. (Fin de la anécdota). (Además de real –entra el Sisimite– es una bellísima historia ¿no te parece? -Sin duda –asiente Winston– un mensaje atemporal en defensa de la fe, la esperanza, la inocencia con toda su capacidad de descubrir lo invisible, de advertir lo impalpable, como el amor y la bondad. Una reafirmación de esos valores intangibles que, aun cuando no se ven, no se tocan, son sensaciones, impresiones, sentimientos, emociones, revelaciones espirituales que captan los sentidos. Se perciben, más allá de lo meramente material, ya que, en mucho –como el poder irrestricto de la imaginación– por su misma naturaleza, consustancial a la existencia, son esenciales a la vida).