¿En qué mundo vivimos?

Distinguido lector, acaso le sonará familiar lo que a continuación le describo. Triste realidad, o como diría el bardo Ramón Ortega, “Verdades amargas”. En términos generales, sin temor a equivocarnos podemos decir, que este es un mundo materialista, donde impera el “a mí que me importa”, “ese es tu problema”, “¡sálvese quien pueda!”. No en balde en el transcurrir de la vida uno aprende que nunca se termina de conocer a las personas. Siempre te sorprenden y algunas te decepcionan.

Por supuesto, y para no ser tan fatalistas, conviene decir, que existen también contadas y honrosas excepciones donde podemos encontrar personas que alumbran nuestro camino, unos los llaman ángeles, otros les dicen amigos… y estos son un tesoro de valor incalculable. Por lo demás, ¡Cuidado! porque este es un mundo donde “el funeral importa más que el muerto, la boda más que el amor, y el físico más que lo intelectual. Vivimos en la cultura del envase, que desprecia el contenido. Un mundo donde el bueno –léase, quien practica el bien-, tiene que ir al psicólogo para aprender a sobrellevar las cosas que hace el malo.

Vivimos en un mundo donde la envidia destruye familias, el amor se viste de engaño y los traidores se visten de amigos. Un mundo donde vibra más un teléfono que un corazón. Donde los animales son mejores amigos que las personas, y matar un toro es un arte. Y donde no se intentan solucionar los problemas, sino convivir con ellos. La “popularidad” se define por un número de “likes”. Y la gente juzga, critica y se espanta de lo mismo que ellos hacen a escondidas.

De hecho, es mucho más difícil juzgarse a sí mismo que juzgar a los demás. Si logras juzgarte bien a ti mismo eres un verdadero sabio. Así mismo, es un mundo en el que muchos dicen justicia cuando, en realidad, quieren decir venganza. Un mundo donde si le hablas a Dios, eres creyente, pero si Dios te habla a ti… estás demente. Donde nos escondemos para hacer el amor, mientras la violencia se practica a plena luz del día. Un mundo en el que la comida contiene un montón de químicos, y un jabón contiene avena, miel y vitaminas. Se trata de un mundo en el que todo tiene precio, pero nada tiene valor. Es un mundo agresivo, angustioso, donde nadie cree en nadie… donde hemos perdido hasta nuestra propia fe”.

Dura realidad, donde “la humanidad continuará su eterno camino hacia la decadencia mientras los medios sigan idealizando la cultura del individuo inútil como héroe de masas”. Por ello, es que la gente auténtica huele a inolvidable. Y que en la vida todo regresa… la maldad vuelve al remitente, el amor a quien lo ha donado, las mentiras a quien las ha dicho… la envidia a quien la siente… la rueda gira para todos.

J.J. Pérez López.
Barrio El Manchén.
Tegucigalpa, M.D.C.

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