YA que –a propósito de la temporada navideña– al colectivo le han gustado los relatos de los valores intangibles, con asistencia de la IA, buscamos algunas historias reales e inspiradoras de escritores hispanohablantes, en las proximidades del fin de año: “En diciembre de 1982, Gabriel García Márquez recibió el Premio Nobel de Literatura”. “Aunque estaba rodeado de celebraciones y elogios, decidió hacer algo especial antes de regresar a su Colombia natal: escribir cartas personales de agradecimiento a amigos, editores y colegas que lo apoyaron en su carrera”. “A uno de ellos, su amigo Plinio Apuleyo Mendoza, le escribió: -Sin tus consejos y tu fe en mi locura, Cien años de soledad sería un manuscrito perdido en alguna biblioteca”. “El gesto de Márquez recordó que la gratitud no necesita grandes actos, sino el reconocimiento sincero de quienes han estado en nuestro camino”.
“Tras ganar el Premio Nobel, a finales de 1971, mientras celebraba su regreso a Chile, Pablo Neruda visitó una escuela humilde en Isla Negra”. “Los niños, emocionados, le pidieron que escribiera un poema para su salón de clases”. Neruda tomó un cuaderno escolar y, sentado en un pupitre, escribió: “Niños del mundo pequeño,/ grandes como los sueños,/ la poesía les pertenece,/ es el pan que nunca envejece”. “Ese gesto espontáneo quedó grabado en la memoria de la comunidad, recordando el poder de compartir el arte como un acto de amor”. “En 1990, tras perder las elecciones presidenciales en Perú, Mario Vargas Llosa pasó las fiestas de fin de año reflexionando sobre las prioridades de su vida”. “Reconociendo que la política lo había distanciado de su familia, organizó una reunión en Arequipa, su tierra natal, y les pidió perdón por el tiempo perdido”. “Durante la reunión, dijo: -Los libros y la política me han enseñado muchas cosas, pero ustedes me recuerdan lo que realmente importa: estar juntos. Ese gesto marcó un nuevo capítulo en su relación familiar y fue una lección sobre el valor de la humildad y la cercanía”. “En diciembre de 1987, Isabel Allende recibió una carta de una joven lectora que atravesaba una depresión profunda”. “Inspirada por su libro La casa de los espíritus, la lectora compartió cómo los personajes le habían dado fuerza para enfrentar su dolor”. “Isabel le respondió con una carta personal llena de aliento, en la que escribió: -Las palabras tienen poder, pero tu fuerza está en creer que mereces el amor que das”. “Desde entonces, Isabel Allende ha dedicado cada fin de año a escribir cartas a sus lectores, agradeciendo por el impacto que sus historias tienen en sus vidas”. “En los últimos años de su vida, Jorge Luis Borges acostumbraba a pasar el fin de año rodeado de libros”. “Sin embargo, en 1985, a petición de su amiga María Kodama, Borges aceptó leer algunos de sus textos en una pequeña biblioteca pública de Buenos Aires”. “Cuando terminó, un joven lector se acercó con timidez y le dijo: -Señor Borges, no entiendo muchas cosas de sus libros, pero me hacen soñar”. “Borges le respondió: -Soñar es entender la esencia. Yo también sueño con cada palabra”. “Ese sencillo encuentro mostró que incluso una figura tan compleja y brillante como Borges –quedó totalmente ciego a la edad de 55 años– valoraba profundamente la conexión humana y el poder de los sueños compartidos”.
(¿Qué te parecieron –entra el Sisimite– estas conmovedoras anécdotas de fin de año? -Bonitas -responde Winston- ya que reflejan valores como la gratitud, la humildad y la empatía. ¿Y cuál es la tuya? -Tantos años –resopla el Sisimite– pero una vez que bajé al pueblo un gentil viejecito me vio pasar y me convidó a entrar a su humilde casa para compartir la mitad de un nacatamal que le había dejado una de sus hijas. Generosidad que agradecí. Me dijo –ya que ese año fue bien frío, como pocos– que podía quedarme al pie de la estufita de adobe calentándome con la leña encendida. Le agradecí el gesto bondadoso, pero luego regresé a la boscosa empinada donde me siento más que a gusto, haga frío o calor, protegido por el imponente amparo de la naturaleza. ¿Y tu historia? -Sería que la nieta –cuenta Winston– se fue a estudiar a España y me dejó aquí solitario. Contento cuando la vi entrar de vuelta. Solo que regresó con una chuchita, Victoria, súper activa y nerviosa, que a mí me dice quítate. Tengo que confesar que estuve resentido unos días, creyendo que después de ser el primero, hijo único, me había caído de la moto. Pero ahora entiendo que siempre la compañía es buena y, poco a poco, aunque es necia como ella sola, le voy agarrando cariño).