“EMPEZANDO a leer Kairós –mensaje de la exministra amiga– un texto de contraportada que me sacude e identifica”. “Saber que tengo en mis manos una edición especial de reciente impresión pensada como regalo de Navidad y una introducción que alimenta una sensación de pertenencia a una comunidad donde usted nos vincula”. “Mi agradecimiento profundo”. “Y empiezo la lectura sosegada con la nena de los cuentos”. Ahora, ya en las vísperas de cerrar el año –a propósito de los valores intangibles y de las anécdotas de la vida real que han entusiasmado al colectivo– seguimos, tomando algunas anotaciones de Chat-GPT, con otras historias: “Una anécdota poco conocida relata que Dickens, tras un difícil año económico, asistió a una reunión benéfica en un frío diciembre”. “Allí, al escuchar el relato de una mujer que había perdido a su familia, decidió escribir una breve carta de ánimo para ella, prometiéndole que su historia inspiraría algo más grande”. Esa noche, nació la idea de “Cuento de Navidad”.
“Dickens terminó el manuscrito antes de Año Nuevo, simbolizando que incluso en los momentos oscuros, el espíritu de renovación puede transformar vidas”. Un apretado resumen del cuento: “Ebenezer Scrooge, un avaro y solitario prestamista, desprecia la Navidad y rechaza cualquier acto de bondad o generosidad”. “En la víspera de Navidad, es visitado por el fantasma de su antiguo socio, Jacob Marley, quien le advierte que su vida de egoísmo lo condenará al mismo tormento eterno que él sufre”. “Marley anuncia la llegada de tres espíritus: el de las Navidades Pasadas, el de la Navidad Presente y el de las Navidades Futuras”. “Estos espíritus le muestran momentos clave de su vida: su juventud feliz, las consecuencias de su avaricia en el presente y el destino trágico que le espera si no cambia”. “Al despertar la mañana de Navidad, Scrooge está transformado”. “Se convierte en un hombre generoso, amable y lleno de espíritu navideño, ayudando a los necesitados y reconectando con su familia”.
(Bonito el cuento –entra el Sisimite– de Dickens, resaltando el espíritu de la temporada navideña, la virtud de la bondad y la voluntad de redención. ¿Y ya te ambientaste a la Victoria que trajo la nieta? -Poco a poco, supongo –se resigna Winston– está chiquita, apenas tiene 7 meses. -¿Y qué sabés de ella –pregunta el Sisimite– cómo es que llegó aquí? -Pues, lo que he escuchado –continúa Winston– la Sofi la encontró en un refugio de Sevilla, es una Yorkie húngara, donde la tenían bastante descuidada. La adoptó, fue al veterinario a tratamiento del montón de pulgas que tenía y a que le pusieran las primeras vacunas; la llevó a su apartamento a alimentarla ya que estaba flaca y famélica y, con esmerados cuidados, pronto se repuso. -Muestra –exclama el Sisimite– que hasta en la civilizada Europa abandonan a los pobres animalitos de Dios. ¿Y vos sabías que la traían? -Nada que ver –responde Winston– más bien quisieron jugarme la vuelta cuando la trajeron, supongo, para evitar que me pusiera triste porque la tal Sofi venía con una chuchita. En la noche, cuando llegó, apeándose del avión, la dejó con una amiga, para que no la viera acá en la casa bajarse del carro con la Victoria. Pero como el olfato no falla, venía impregnada del olor a ella. No dije nada, hasta que apreció al siguiente día. Queriendo engañarme que no vino con la Sofi, sino que ya estaba acá y la traían a jugar conmigo. -¿Y cómo –vuelve el Sisimite– te enteraste de todo eso? -Acaso soy papo –contesta Winston– pura deducción canina. Solo es de unir los puntos sueltos. Como si no supiese historia. Yo me llamo Winston, supongo, por Churchill quien, durante la invasión nazi a Europa en la segunda guerra mundial –Inglaterra peleando sola– mantuvo la moral en alto del pueblo inglés con sus emotivos discursos. Inspirándolo, en los peores momentos, a no desfallecer, saludaba a su gente, en heroica resistencia, con la emblemática “V” de la victoria que hacía con los dedos de la mano, como símbolo de triunfo. No le fallaba, al cerrar sus históricos mensajes en la cámara de los comunes, en sus otras comparecencias públicas y cada vez que salía a las calles a infundirles fe, esperanza, confianza, en ejemplar demostración de empatía y liderazgo. -Ah, ya veo –razona el Sisimite– tal para cual. -Ni modo –suspira Winston– acá a uno le escogen su familia, Winston y la “V” de la Victoria).