CUANDO se trata de interpretar el panorama global de Honduras se suele exhibir la tentación reiterada de ponderar por encima de todo las nuevas coyunturas presentistas o transitorias para lanzar, simultáneamente, al molino oxidado de las cosas viejas, todo el entramado histórico, geográfico, económico, político y cultural. En el mejor de los casos la gente suele analizar el universo catracho desde las circunstancias particularísimas del segmento social al cual pertenezca el individuo receptor de los acontecimientos, excluyendo de antemano las ópticas y los intereses vitales de los demás. Un sindicalista o un agremiado magisterial, para traer un primer ejemplo, percibe las cosas desde el ángulo estrictamente salarial, perdiendo de vista los temas de la estabilidad laboral, de la seguridad largoplacista y de las necesidades del resto de la población, pongamos por caso los intereses apremiantes de los desempleados. Un vendedor de servicios de cualquier tipo analiza el universo inmediato a partir del arqueo de caja por las tardes o los fines de semana, en donde se encuentra monetariamente subsumido, desvalorizando quizás las tremendas necesidades sociales, el valor de la palabra impresa y la gobernanza estatal, de las cuales depende la sobrevivencia de la civilización misma.
Bajo el conocimiento apenas esbozado en el párrafo anterior, intentaremos penetrar, aún más, el rico entramado social hondureño, categorizado según tres grandes visiones respecto de la percepción de la realidad. En primer lugar tenemos a la gente que vive dentro de unas burbujas aisladas localizables en algunos puntos de Tegucigalpa, San Pedro Sula, Bahía de Omoa, Roatán y posiblemente en los linderos de Coyolito, en donde la existencia de sus habitantes es económicamente dulce y sus charlas están cargadas de amenidad. Las personas burbujeantes pocas veces visitan los mercados de los pobres ni jamás se refieren en forma directa a los problemas nacionales, y mucho menos se les ocurre internarse en los barrios marginales de las ciudades o pueblos en donde habitan.
El segundo grupo son los integrantes de la incoherente clase media, sean oficinistas, productores medianos, profesionistas y obreros fabriles con tendencia “aristocrática”. Aunque muchos de ellos son agremiados que planean conquistas salariales y que de vez en cuando lanzan un gruñido contra la Metrópoli del Norte (y a veces contra Europa), la mayoría de este conglomerado de hondureños padece de una fuerte crisis de identidad y desconoce que existen políticas neomonetaristas o contrapuestas a ellas. Pese a estos desconocimientos la clase media es importante porque sus integrantes articulan el conjunto principal de consumidores de cualquier parte del mundo. No sólo de Honduras.
Por último tenemos al vasto y heterogéneo sector informal de la economía, integrado por desempleados, etnias marginadas, subempleados, microproductores agrícolas, proletarios rurales, pequeños empresarios urbanos, estudiantes pobres, los hambrientos y los vendedores ambulantes de casi todas las estirpes. A este mismo nutrido grupo pertenecen los migrantes (hoy por hoy amenazados como nunca antes) que se marchan para América del Norte y que hasta ahora han financiado la estabilidad monetaria del país y su balanza comercial, con un alto índice de aportación al producto nacional bruto. Este conglomerado mayoritario es el más desdeñado en el tejido social de Honduras. Debiera existir un discurso humanitario en favor de los migrantes en las esferas nacionales e internacionales, con el fin de protegerlos y resguardarlos de las adversidades.