A tiempo anticipamos que el arrinconado primer ministro canadiense estaba en alas de cucaracha. El tiro de gracia fue cuando desesperado fue a Mar a Lago a implorar piedad al nuevo inquilino de la Casa Blanca –que la imposición de aranceles quebraría la ya turulata economía canadiense– solo a que, en broma y en serio lo humillaran, increpándolo que, si tal era la dependencia de los Estados Unidos, “Canadá bien podría ser el 51 Estado y él su gobernador”. Su renuncia queda pendiente a que su desgastado partido encuentre el nuevo liderazgo para enfrentar a los conservadores en las nuevas elecciones que, a la luz del actual deterioro del partido de gobierno, seguramente las ganarán con sobrada diferencia. Así que, mientras en Canadá se apresuran a dar vuelta a esa página, veamos qué significa eso para el gobierno mexicano. En las primeras de cambio la Sheinbaum se quedó sin su principal aliado –un progresista– en las negociaciones del tratado de libre comercio (Estados Unidos, México y Canadá). Ahora le toca lidiar sola con la amenaza arancelaria si no detiene de tajo las olas migratorias, pone en orden a los carteles y para en seco el contrabando de droga –especialmente el fentanilo, la pastilla que mata, (50 veces más fuerte que la heroína y 100 veces más que la morfina)– por la frontera.
Están avisados que desde el primer día de la gestión va a declarar como “organizaciones terroristas” a los carteles de la droga. Interpretan algunos, equivalente a luz verde a la intervención militar en países que han sido matriz de organizaciones criminales, mientras se debate hasta el cansancio, los quisquillosos temas de la soberanía. O sea, se acabó –le guste o no a la ahijada– la política de “abrazos y no balazos” de López Obrador. Y como una muestra del apuro por demostrar que su gobierno cumple, en Guanajuato fueron abatidos ocho sicarios por militares y policías estatales y en Sinaloa, las Fuerzas Armadas enfrentaron criminales armados, dejando un saldo de una media docena de civiles entre muertos y heridos. Además, ya fueron destartaladas varias de las caravanas de peregrinos que iban rumbo a la ciudad de México y de allí a la frontera. El otro espinoso dilema, relacionado con las migraciones, es la amenaza de deportaciones masivas. La Sheinbaum adelantó que “solo va a admitir migrantes de nacionalidad mexicana”, por lo cual, en aras de esa aspiración, pediría encarecidamente al gobierno norteamericano que a los otros los devuelva directamente a sus lugares de origen. Y ni corta ni perezosa, está organizando un cónclave de cancilleres latinoamericanos, para que los inocentes que concurran se hagan los de a peseta con el compromiso adquirido por México, durante el gobierno de López Obrador, de ser “tercer país seguro”. Ello es, bajo el programa convenido de “Permanecer en México”, –suscrito entre ambos gobiernos, el estadounidense y el mexicano– todos los que lograron cruzar la frontera sean devueltos a territorio mexicano, donde permanecerán en espera de la resolución jurídica a su calvario.
(Entonces –tercia el Sisimite– ¿qué pito tocará la Sheinbaum con los migrantes no mexicanos que le pongan en la frontera norte? -Pues –responde Winston– conforme al acuerdo vigente, (“Permanecer en México”) que tiene con los Estados Unidos, debe darles albergue decente –no esos cuchitriles donde los meten ni ese trato inhumano que reciben– y permitirles que allí, en territorio mexicano, hagan la espera. -¿Así qué –indaga el Sisimite– eso, sacudirse el acuerdo de “tercer país seguro” que suscribió AMLO con el primer gobierno de Trump, es lo que busca en la reunión de cancilleres? -¿Además –agrega Winston– en qué queda la cacareada política de respeto a los derechos humanos de esos gobiernos mexicanos, y qué fin tuvieron las manifestaciones dizque de hermandad con sus vecinos del sur, y las muchas promesas que hicieron de buscar alivio a las causas raíces de la migración? -¿Y no ves –exclama el Sisimite– que a todo eso le dan vuelta en una de sus monsergas mañaneras?).