Luis Armenta Malpica es poeta, ensayista y director de Mantis Editores. Premio Jalisco en Letras en 2008 y Premio Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz en 2013 entre muchos otros; los más actuales son: Premio Jaime Sabines-Gatien Lapointe, Canadá-México (2017); Cavaler al Poeziei Capitalei Marii Uniri Iași, Rumanía (2018); Premio Internacional de Literatura Ileana Espinel Cedeño, Guayaquil, Ecuador (2019); Premio Iberoamericano Bellas Artes de Poesía Carlos Pellicer para Obra Publicada (2020) y Premio Iberoamericano de Poesía Minerva Margarita Villarreal (2021). Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Sus títulos más recientes son Enola Gay (Vaso Roto, España, 2019), Chiamatemi Ismaele (Fili d’Aquilone, Italia, 2019), [Contra] Dicción (UANL, 2022), Esto no es un bestiario. Antología (Tedium Vitae, 2023) y Camaleones [razones para armar](UNAM, Col. El Ala del Tigre, 2024).
A partir de unas notas de Maurice Blanchot
Quien pudiera decir: yo soy poeta
sin que ese yo decapitara el tiempo
con un golpe.
No hay nada que se escriba
que no sangre, incluso
si la herida se cierra
con un verso.
Pero odiar la palabra poesía
tampoco es negación de su existencia.
Lo que se hace posible es retenerla
de forma momentánea
y expulsarla después
en medio de un estrépito
un espasmo:
“la palabra ascendente”
que nos dijo Blanchot.
Más vale como Paul Valéry
descreer de la posteridad de la poesía.
Pero, sin ella:
cómo creer en algún porvenir.
Tal vez, reconstruyéndolo
con las muchas razones de un nosotros
que se escribe en el duelo.
Tengo bastantes lutos. Los conservo
en una solución de formol al 35% y agua al 5%.
En realidad, son palabras tan frescas
que me gustaría unirlas
con las tuyas.
Al dolor no se entra solo.
Termina de leer.
No tengo prisa.
Aquello que existe solo [entre el infinito y la nostalgia]
Me interesan los monstruos
que la poesía produce. No
aquellos animales que de tan conocidos
son familia.
Domados, predecibles.
Ni los llamados lindos, profundos, quizá
conmovedores, sublimes, graciosos, inefables.
Me dan curiosidad los que sobrevivieron a Auschwitz
Nagasaki, Chernóbil, Ucrania, Gaza o Yemen.
Con menos dramatismo, quienes sí regresaron de los Andes
o vuelven de una larga jornada de trabajo
compartiendo esas duras palabras
que hallaron bajo nieve o con
las que tropiezan.
Con alguna sonrisa de ironía
que también heredamos de Polonia
(Szymborska es mi testigo).
Con esa soga al cuello
que aprieta en Tsvietáieva.
Con la catana al vientre
de Mishima.
Esa línea finísima que separa
el pasado y futuro del poema.
Ese blanco (espacio, nieve, ceguera, dubitación o meta)
al que nunca llegamos con las mismas palabras.
El acto que se cumple en los lectores
que arman sus propios monstruos.
Aquello que cobra vida solo
si no existe.
Lo que hay de ti [en mi naturaleza]
I
Si la poesía es naturaleza, el lenguaje es su opresión. Cuando despertamos a la poesía ya estamos dentro del lenguaje. No nos imaginamos la poesía más que como lenguaje porque comenzamos a concebirla dentro de él.
Juan José Saer
El 1 de enero de 1818, Mary Shelley publicó su novela gótica Frankenstein o el moderno Prometeo.
Ya en ese año, Keats hablaba del carácter ‘camaleónico’ del poeta como “lo más antipoético del mundo porque no tiene identidad, continuamente está llenando otro cuerpo”.
Por saberlo, abandono los poemas con caballos, esos que me han hecho encabritar durante media vida, para quedarme quieto, en lo inmediato e inmóvil de mi vista, y examinar el césped.
Y por este abandono, de momento, dejo de ser quien escribe detrás de una mirada. Devuelvo al ojo su crueldad de origen, su natural desplazamiento en aras de una víctima.
Y en este no ser yo quien escribe en el césped, lanzo una lengua rápida como un banjo, una detonación,
para guardar silencio después de haberte visto.
¿Quién es el hombre, el monstruo o el lenguaje que se va completando con las obras e ideas que no le pertenecen mientras avanza el poema?
II
Voy hacia lo que menos conocí en mi vida: voy hacia mi cuerpo.
Héctor Viel Temperley
para María Auxiliadora Álvarez
Desconozco lo que hay de ti
en mis ojos: con esta nueva vista
franqueo las cataratas del Iguazú
pero no en caída libre, sino sobre la balsa
que utilizó Perlongher en sus Aguas aéreas.
Dejo atrás los cadáveres de aquello que eran sombras
y llamé mis amigos, la familia, los paisajes
que han rodeado mi eterna madurez.
Todo parece nuevo. Y porque lo parece
debo observarlo
así. Tiene el deslumbramiento de alguna
gota de agua en plena Amazonía.
Donde antes estuviera cristalino
queda un cierto escozor
como si las pirañas del pasado no desearan
quedar en el olvido. Pero les adelanto
un capibara, se distraen, y cruzo
sin peligro por un vado que me regresa
a esta casa mayor de los jaguares.
Desconozco, también, lo que ya no miraba
al centro de mi vista: en esa cicatriz
que llamé femenina, mi herida luz izquierda
se ha mostrado una imagen
si bien nunca perfecta
sí asombrosa: es una guacamaya
de colores ruidosos
que vuela libremente
hasta posarse en ti. No hay
camaleón que pueda comparársele. Al no asirse
a mis ramas, me hace sentir seguro.
El cielo es el gran río que cruza
desde el ojo derecho de este cuerpo tan tuyo.
Pero el acto de ver existe más allá de las aguas
y sus profundidades. Este recogimiento
de mirarnos tan juntos
y distar dos siluetas unidas
que vienen dándose aire
me llena de vejez. Y esto
lo conozco de siempre.
III
“Dice Jabès según Jacques Derrida que las raíces hablan.”
Eso que moja las palabras no es lo conmovedor
sino la inteligencia de advertirlo.
Yo digo que es el césped, sus rizomas profundos
y las yemas que acercan al borde de mi cuerpo
la verdad del rocío: el agua más humana.
Y no digo humedad para entenderme en lágrimas.
Un poema no debe ser escrito desde el sodio del otro.
Tal vez sea más certero leerlo desde una sal distinta.
Y como digo sal, pudiera decir óxido.
Y como digo humano, valiera decir monstruo.
Y como digo al otro, quisiera verme yo.
Xenoglosia
Pensar que un hombre asignó, en un momento dado, nombres a las cosas,
y que de él los demás aprendieron los primeros vocablos, es puro desvarío.
Tito Lucrecio Caro
Entre el espejo y yo, el
biombo del lenguaje.
Lo inabarcable
se vuelve
en contra mía
una navegación
hacia lo orgánico. Encomendarse
al aire, al vuelo de las moscas
que circundan el vidrio.
Desde esa transparencia
el deslumbre
de la palabra
nace.
Muy adentro del tiempo
en el charco que deforma la sangre
un camaleón da sus primeros sorbos.
Cae para levantarse y recaer
en su color de origen: si es felino o reptil
(como otros animales) sin género
absoluto. Por ahora
descansa en esa cama de carne
(león o leona) que quiere ser
su voz. Y lo alimenta.
Así nos lo dijeron:
No bastó con que los australopitecos contaran
con la fisiología necesaria para generar un lenguaje
más allá del aullido. El neandertal
además de un gran cerebro, las áreas de Broca y Wernicke
bien definidas (como en el sapiens)
y un hueso hioides parecido al del humano moderno
tuvo la proteína del lenguaje: el gen FoxP2.
Todos los mamíferos lo tienen, pero
la versión humana concede más control
sobre los músculos faciales, la boca y la garganta.
Ni los chasquidos (aún presentes
en algunas lenguas africanas),
ni los silbidos o canturreos
podrían considerarse lenguaje1.
No nos bastó el Bow-wow
ni la teoría Pooh-pooh
o lo que en franco juego
Friedrich Max Müller denominó Ding-dong
para pasar de la repetición
de una onomatopeya a la emoción humana
y levantar el reino del lenguaje
sobre las ruinas de las interjecciones.
Quisimos más
y allí estuvo
la idea, un pensamiento
ese recuerdo petrificado que ordena
nuestro mundo.
Las palabras son negras
miodesopsias. Grumos en el humor
vítreo que ha envejecido. Las palabras volantes
sin postura política, ya no. Más bien, el equilibrio.
De hambruna, la lengua
centellea.
De esta predicación
la palabra animal estaba
contenida
en el vocablo anima
que en su reconocida raíz indoeuropea revela ‘respirar’.
No basta, incluso ahora
más allá del Aullido de Ginsberg
que las cosas se nombren
de maneras distintas. Ni yo, ni ya, ni hiel son
suficientes para expresar
o más bien, combatir
todo eso que nos han enseñado.
Dijimos: respirar. Insuflar el lenguaje
no de un soplo divino, ni del aire
que llena una muñeca.
Respiramos lo que una vez ya dicho
nos anima. En esta elevación del alvéolo a la lengua
en un hilo de ti
(conexión desde el tono sanguíneo
al árbol de la ciencia)
damos nombre a lxs otrxs.
Las palabras son rojas
heridas en los toros de Creta, por ejemplo
o como no aparecen, y vemos, las cruces del Guernica.
Pero por esas cruces
hay desapariciones que nos duelen.
Sobre todo, si se ejerce violencia sobrehumana
en la vocal primera: la de la abuela
la madre, la hermana, la hija
y esa letra es el llanto
desplazado en otras muchas formas
del decirse mujer. De lo que significa
afuera de los espejos diarios.
Nos lo dijo Charles Simic:
Dado que ‘ello’ no puede ser identificado más claramente en nuestra existencia,
dado que la esencia del lenguaje es la pobreza ante el ‘ello’,
dado que no puede enfrentarse ‘ello’ a un espejo,
dado que ‘ello’ es el monstruo del laberinto y el eterno compañero de juegos,
uno lucha por un arte cuya tarea sea mostrar el efecto de la presencia de ‘ello’.2
No veo la diferencia entre ella y ello: ambas
maneras de referirnos a lo que no es el hombre
padecen la injusticia de la historia.
El lenguaje hizo al hombre.
Lo hizo solidario.
Para Aristóteles, el hombre
solitario es una bestia o un dios.
¿De dónde vino
el monstruo?
Si no
siempre pensamos con palabras
las palabras no alcanzan
a expresarnos.
Habrá que generar una gramática
de carácter orgánico
sin patrones ni ideas preestablecidas
que nos contemple a todes. Un micelio
de signos y de significantes.
Mia Couto lo piensa:
La poesía no es un género literario,
es un idioma anterior a la palabra.
Solo tengo una lengua y no es la mía, comentó Derrida.
No soy igual en lo que digo y escribo.
Cambio, pero no cambio mucho.
Lo sostuvo Pessoa.
Este sería, y es, el lenguaje poético:
que carezca de género y colores, que no
duerma. Que no
pierda modestia ni invisibilidad.
Chantal Maillard lo dice:
Escribir
para confundir las palabras
y que las cosas aparezcan.
Liliana Díaz Mindurry lo confirma:
Digo y mi decir es un decir de algo que no me pertenece,
algo que se filtra solapadamente en mi lenguaje.
Algo que no quiero, que no deseo decir.
Digo o aprendí a decir, no como los animales en sus gritos […]
Hablo para dar unidad a mi pensamiento desestructurado,
a mi masa de sensaciones sin unidad,
hablo para dar una imposible unidad a lo que siento
y para comunicar a otro un mensaje que necesito.
Hablo y en seguida aparece la ambigüedad, el malentendido:
no quiero decir lo que digo, digo lo otro, la ajenidad absoluta.3
¿El monstruo es la poesía?
No. El monstruo
es lo que hacemos al armar
los discursos desde piezas distintas.
La poesía únicamente
es nuestra
camaleón.
1 José C. Vales, Enseñar a hablar a un monstruo (Grupo Editorial Planeta, España, 2022). Los cortes en verso son arbitrarios.
2 Charles Simic, El monstruo ama su laberinto (Trad. de Jordi Doce. Vaso Roto, España, 2015). Los cortes en verso son arbitrarios.
3 Liliana Díaz Mindurry, La maldición de la literatura (Huso, Madrid, 2017). Los cortes en verso son arbitrarios.
Poemas incluidos en Camaleones razones para armar (UNAM, Col. El Ala del Tigre, 2024). Este libro fue realizado con el apoyo del Sistema de Apoyos a la Creación y Proyectos Culturales (SACPC), a través del Sistema Nacional de Creadores de Arte (SNCA) 2022.