“SEGÚN National Geographic –mensaje del amigo fundador del colectivo– hay 7.7 millones de especies animales en el mundo; 20% está en peligro de extinción”. “Ver morir una criatura, última de su especie, es algo aterrador, es como ver nuestra propia destrucción”. “No estamos cumpliendo con los mandatos de Dios”. “Si se acaban ellos, también los “desalmados” humanos desapareceremos”. Un columnista del diario: “Según las tradiciones folclóricas de la vida rural, dicen que el perro te ayuda a cruzar el río de sangre”. (¿Sabías eso –entra el Sisimite– y tenés alguna información de si eso sea cierto? -Eso escuché decir –responde Winston– en mi casa, de lo que contaban los abuelos. Incluso si mal no recuerdo esta historia fue relatada en un editorial. Entre mis compañeros, hemos platicado que eso de ayudarles a pasar el río de sangre, depende de cómo nos hayan tratado. Que vean los deslamados –despiadados, miserables, mezquinos, mal agradecidos– quién les ayuda a pasar).
Indagando esto es lo que encontramos: “Sí, la historia que mencionas está relacionada con una antigua creencia presente en varias culturas, y en particular tiene ecos en las tradiciones mesoamericanas y otras tradiciones indígenas”. “En el contexto mesoamericano, específicamente en la cosmovisión mexica, existe una creencia similar sobre un río que las almas deben cruzar en el Mictlán, el inframundo, y el papel crucial que los perros desempeñan para ayudar a las almas en su travesía”. “En la mitología mexica, cuando una persona moría, su alma emprendía un arduo viaje hacia el Mictlán, el lugar de los muertos”. “En este viaje, el alma debía atravesar varios desafíos, y uno de ellos era cruzar un río conocido como el Chiconahuapan”. “Este río representaba un gran obstáculo, ya que no todas las almas podían cruzarlo fácilmente”. “Los perros, y en particular los de color amarillo o rojizo (llamados xoloitzcuintles), jugaban un papel esencial en esta travesía”. Según la creencia: “El alma del difunto debía ser ayudada por un perro: Si durante su vida el difunto había tratado bien a los perros, uno de ellos estaría esperando en el más allá para ayudarle a cruzar el río”. “Este perro le permitiría montar en su lomo o le guiaría nadando hacia la otra orilla”. “La fidelidad del perro trascendía la muerte: Se consideraba que los perros no solo eran compañeros en vida, sino también en la muerte”. “Por eso, los perros eran vistos como protectores y guías de las almas”. “El río simbolizaba un límite entre mundos: Cruzarlo era esencial para que el alma pudiera continuar su camino hacia el descanso eterno”. “En esta tradición, se valoraba tanto la relación entre humanos y perros que algunas personas enterraban a sus perros junto con ellos, creyendo que estos serían sus compañeros en el más allá”.
(Algo hay de simbolismo –entra el Sisimite– en esas creencias. Aunque duden del alma, hay una lealtad eterna. Los perros, considerados los más fieles compañeros de los humanos, permanecen junto a ellos incluso en la muerte. Pues mejor que vayan creyendo –interviene Winston– nosotros los chuchos al ser animales que ya cruzamos de lo salvaje a lo doméstico, tenemos un aura de mediadores entre el mundo físico y espiritual. La historia anterior –vuelve el Sisimite– se repite en las creencias de otras civilizaciones, como reflejo del aprecio y respeto que muchas culturas han tenido hacia los perros, reconociendo su papel no solo como guardianes en vida, sino también como protectores del alma. -Lo rescatable de las historias –filosofa Winston– sobre estas creencias es, que si no es el alma del animal ¿qué otra cosa sería lo que trasciende después de su muerte para esperar a su amo, a la orilla de esos ignotos umbrales, –los ríos de sangre– para ayudarlo a cruzar?).