Lic. Gustavo Adolfo Milla Bermúdez
La creación de nuevas ideologías políticas utópicas especialmente en los países subdesarrollados, desarticulados e invertebrados que colapsan con su proceso económico, social y político.
Todo conduce a creer que las naciones tercermundistas desembocan un día en el camino del socialismo democrático o el socialismo del siglo XXI. El socialismo comienza a desarrollarse en las naciones latinoamericanas como fruto de sus grandes carencias e inestabilidades políticas.
El tercer mundo no podrá desarrollarse por la vía capitalista, debido a que estos países no disponen de capitales internos suficientes.
La socialización del Oeste probablemente será más larga y difícil aunque la liberalización del Este. Seguramente seguirá la vía trazada por el marxismo, si nos atenemos al desarrollo continuado de sus partidos políticos.
Asimismo al desarrollo de tres hechos masivos, cuyas instituciones no perecen valorarse por parte de los occidentales; la superioridad técnica de la producción planificada sobre la producción capitalista; la imposibilidad de construir una verdadera comunidad hermana sobre la base de los principios capitalistas; y por último, la desvaloración misma de estos principios capitalistas de la propiedad privada de los principios de producción, es decir, del socialismo en el sentido corriente, o la disminución de las prerrogativas de los principios que por otra parte, son mantenidos en su función.
El intervencionismo de Estado en las naciones democráticas es, sin duda incontenible. El acoso de los grandes problemas económicos es un factor poderoso de transformación. La civilización ya no camina en carretas, sino en vehículos de grandes velocidades. Toda resistencia al futuro no es sino acrecentar los grandes sufrimientos en el que se ensayan las más audaces soluciones que se estrellan en la incomprensión humana. Lo que hoy parece imposible de realizar, mañana será una forma natural de la vida social.
Extraño dilema en que los pequeños países anhelan que se ilumine la conciencia universal, y los estadistas en lugar de correr de uno a otro continente buscando o comprando aliados y fomentando disturbios, encausaran las relaciones internacionales cometiendo ellos mismos por un nuevo género de vida más comprensivo para dignidad humana. Un camino generoso para hacer amigos leales, no enemigos solapados o vecinos rencorosos.
Las superpotencias no ofrecen pruebas evidentes de la sinceridad de sus actos. Es un juego con cartas marcadas en que se vigila al contrario por el peligro de una trapacería. Sería una ingenuidad creer que en el camino bélico se van a hacer a un lado como recuerdo de una pesadilla. ¿Será que el mundo tiene escrita su tremenda verdad, su angustioso designio? Seguramente que múltiples y poderosas corrientes espirituales actúan en el mundo y ellas tienden a dulcificar esas tensiones que mantienen las pasiones al rojo vivo. Ellas hacen oír su voz trémula de emoción, pero como un grito desesperado en el desierto. Es la hora angustiosa para la humanidad en que solo el Creador Supremo podría mover las conciencias de los expertos en guerras, que son al mismo tiempo los etenos especuladores de la indignidad humana.
El Estado moderno se está jugando su propia muerte en este desquiciamiento colectivo. No se derrumba por viejo, sino por inútil, ya que gobernantes y gobernados no han sabido colocarse con sabiduría frente a la complejidad de la vida social.
Nos referimos estrictamente por supuesto al Estado republicano democrático que consagra la división de poderes el sistema representativo y el régimen de libertades humanas. Estas instituciones sociales, no deben perder de vista que sobre cualquier interés particular, se encuentra el interés público, no para desposeer, atacar o ultrajar cualquier derecho privado, sino para armonizar los factores sociales, económicos y políticos en un cuadro de vida más justo. Afirmar una institución como la administración pública, en hacerla técnicamente más útil al pueblo.
Los países de América Latina siguen esperando un Mesías de salvación a sus penurias que los mantiene en la esperanza de un nuevo amanecer acrisolado de un horizonte que ilumina con luz el camino a seguir.
Con Donald Trump, América Latina cree que puede ser el Mesías que está esperando. No lo creo, tiene que ser un hombre que entienda y sienta el dolor de los que sufren el desde de los poderosos, sin importar la maldad que afecta a los pueblos subdesarrollados, desarticulados e invertebrados por desgracia del destino.