Por: Guillermo Fiallos A.
Con la promulgación de leyes específicas por la administración del presidente Donald Trump, ha comenzado una nueva pesadilla para los miles de indocumentados que se encuentran en esa nación. Con una redada más mediática e intensa de las que ha habido en el pasado, los migrantes ilegales están viviendo días y noches de zozobra; pues son aprehendidos en sus casas, iglesias, cafeterías, supermercados y cualesquier negocio o lugar público.
Según una investigación del Pew Research Center, en el 2022 habían alrededor de 11 millones de inmigrantes indocumentados en ese país; de los cuales un 37% provenían de México y un 18% de Guatemala, Honduras y El Salvador de manera conjunta. Se estimaba, además, que unos 300,000 procedían del Caribe y 275,000 llegaron de Europa y Canadá. De la India, se calcula que había 725,000; de Venezuela, más de 270,000; y de Sudamérica, las cifras llegaban a 1 millón. El resto provenía de África, Asia y en menor número de Oceanía. Lamentablemente, todos ellos no ingresaron de forma legal y adecuada a esa nación.
La misma investigación, afirma que menos del 4% del total de personas con inmigración irregular, tiene antecedentes criminales y que un 77% lleva más de cinco años viviendo allá.
Como mencionaba, las deportaciones siempre han existido y aunque se han acentuado en estos días, su cobertura por los medios de comunicación, ha sido más visible y con una amplia difusión no transmitida en el pasado.
El proceso de los retornados ilegales a sus Estados de origen, adquirió una inusitada trascendencia, luego del incidente diplomático sucedido entre Los Estados Unidos de América y Colombia; cuando este último se negó a dejar aterrizar aviones militares procedentes del primero, que traían colombianos quienes estaban allá de manera irregular. Según los voceros del presidente Petro, no se permitió que los vuelos llegaran a su destino, pues los pasajeros venían encadenados.
Esta pobre gente, arribaba con su corazón destrozado y sus sueños esfumados. Su dolor emocional era tan grande que la humillación de venir encadenados, era solo un elemento más del episodio trágico que había llegado a sus vidas.
Prontamente, todos los países de este hemisferio y de otras latitudes solicitaron que, a sus connacionales devueltos, se les brindara un trato digno; por tanto, ni grilletes, esposas u otros medios para evitar la libre locomoción, debían utilizarse al momento de ser detenidos y viajar de regreso a casa.
Los gobiernos alzaron su voz por este tratamiento inapropiado que se da a diario –desde hace años–, cuando vienen en vuelos chárter, quienes cruzaron la frontera y se asentaron de manera ilegal en el país del norte. Es hasta ahora, que las diferentes presidencias elevan su protesta, ya que la situación –como se apuntó— se tornó súper mediática; y las expone –negativamente– a la opinión pública si no deploran este hecho. Anteriormente, nadie reprochó el mismo.
No hay palabras para describir cómo estos retornados vienen heridos en su estado anímico, por todo lo que dejaron y por todo lo que ya no va poder ser. Regresan consternados y con muestras de humillación en sus espíritus y cuerpos.
No obstante, lo descrito, a estas cadenas de humillación atadas a sus cuerpos; se les deben agregar otras sinuosas cadenas de desesperanza, apenas sus pies tocan su suelo patrio.
¡Cuántas de estas personas al solo respirar en sus respectivas naciones, sienten nuevos grilletes que les impiden pensar y tener ilusiones! Me refiero a esas cadenas que son responsabilidad, exclusivamente, de sus respectivos Estados y que fueron, las que les impulsaron a arriesgarse a la aventura de buscar mejores horizontes.
Estas cadenas de desesperanza son: el hambre, la inseguridad, el desempleo, la falta de oportunidades y la despreocupación perenne de sus gobiernos de ayer y hoy; por ofrecerles oportunidades dignas de sobrevivencia.
Los migrantes retornados, no necesitan discursos empáticos ni compasión farisaica, de quienes debieron haberles proporcionado las herramientas y condiciones necesarias, para que nunca hubieran dejado sus hogares.
Ninguna nación está preparada para que este flujo de indocumentados se reestablezca, adecuadamente, en cada una de sus tierras de origen. Por tanto, las medidas de emergencia tomadas por las autoridades de sus países, muy poco podrán remediar la dura existencia que deben encarar.
Ojalá, este amargo regreso que enfrentan, sea para ellos sólo un capítulo borrascoso; y Dios les de fuerzas para seguir escribiendo con fortaleza, mejores realidades –presentes y futuras–, en el libro de sus vidas.
Mercadólogo, Periodista, Abogado, Pedagogo, Teólogo y Escritor
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