Por: Segisfredo Infante
Rafael Heliodoro Valle publicó la obra casi completa de Ramón Rosa en dos tomos, bajo el título “Oro de Honduras”, y nosotros hicimos una reproducción en un solo tomo facsímil en la vieja Editorial Universitaria de la UNAH. El prólogo del libro, con las limitaciones inherentes a la época de cada escritor, es una joya en ligamen con el ilustre estadista hondureño de la segunda mitad del siglo diecinueve. Aquí conviene reproducir dos párrafos (in extenso) de la magnífica introducción que Heliodoro Valle le dedica a Ramón Rosa, a fin de contextualizar el momento histórico del que se trata: “La historia de Honduras puede escribirse en una lágrima. País de pinos en primavera eterna y de montañas difíciles, por él han corrido ríos de sangre en una larga noche de odio y de dolor; en él han nacido, flores llenas de luz, algunas de las almas insignes de América: el pensador José del Valle, ciudadano de un mundo antípoda; Francisco Morazán, hombre telúrico que construyó antes que muchos héroes de la América Española la ciudad utópica en que todos los hombres deben nacer libres y vivir como hermanos; José Trinidad Reyes, el sabio y educador que vivió en una Hircania nocturna, poniendo en el pecho áspero de las fieras un corazón de miel; y Marco Aurelio Soto, el estadista que hizo la reforma liberal, decapitando ‘cortacabezas’ y alzando sobre el filo de los machetes salvajes un trono provisional a la cultura.” (…) “En ese país, bajo ese cielo suave que no se ha podido entender aún con esa tierra, nació una hermosa claridad: Ramón Rosa.”
No pocos escritores han hecho referencias del siglo diecinueve hondureño, cargado de montoneras y luchas sangrientas entre hermanos. Pero es Rafael Heliodoro Valle, quien con ingeniosa maestría, describe las miserias de la Honduras decimonónica, incapaz de avanzar hacia adelante por causa de las medianías y de los odios y rencores tan característicos entre las familias de nuestro acontecer patrio. Pero es también el mismo Heliodoro Valle quien retomando las iniciativas intelectuales de Ramón Rosa, coloca en una balanza especial el oro cerebral que a pesar de los pesares ha producido Honduras, comenzando por José Cecilio del Valle y los siguientes próceres.
Recuerdo que con Mario Posas preguntábamos por qué razón o motivo nuestro país se encuentra tan atrasado si aquí han nacido algunas de las cabezas más brillantes de América Central, incluyendo a Ramón Rosa, quien se desempeñó con brillantez y entusiasmo en los gobiernos reformistas, o revolucionarios, de Miguel García Granados y Justo Rufino Barrios en Guatemala, y de Marco Aurelio Soto en Honduras, instalando en la plaza pública lo mejor de su pensamiento y de su cultura.
“El libro y no la espada”, decía Rosa, “es el único que entre nosotros debe hacer revoluciones en la esfera de la inteligencia, pero revoluciones que den la vida y no la muerte, y que hagan brotar la luz de las ideas, en vez de sumirnos en el caos de la anarquía.” Esta idea fue una constante en el pensar y accionar de Ramón Rosa, cuyas excitativas económicas continúan teniendo validez en una sociedad tan atrasada como la nuestra; por eso quizás su admiración por las grandes anticipaciones de José del Valle. Debemos por consecuencia dispensarle sus planteamientos desfasados en filosofía y otras disciplinas, en tanto que el hombre había bebido en las fuentes de un positivismo práctico y del empirismo en materia científica. Informa Heliodoro Valle que tanto Rosa como Soto se había empapado de las ideas de la revolución republicana de Benito Juárez en México, traspasando las fronteras guatemaltecas, por eso, quizás, eran superiores los proyectos de los dos primos hermanos (Soto y Rosa) al momento de vislumbrar los horizontes. Aquí es oportuno reintroducir uno de los pensamientos conocidos de Benito Juárez: “Que el pueblo y el gobierno respeten los derechos de todos, porque entre las naciones como entre los individuos el respeto al derecho ajeno es la paz.”
Creo que es oportuno volver a establecer un listado de las personas cuyos pensamientos han brillado como el oro de los más altos quilates: José Cecilio del Valle, Francisco Morazán Quesada, José Trinidad Reyes, Juan Lindo, Ramón Rosa, Antonio R. Vallejo, Álvaro Contreras, Juan Ramón Molina, Froylán Turcios, Lucila Gamero de Medina, Salatiel Rosales, Paulino Valladares, Alfonso Guillén Zelaya, Medardo Mejía, Clementina Suárez, Ramón Oquelí, Roberto Castillo, Marcos Carías Zapata, Mario Membreño y Mario Posas. Los políticos hondureños devendrían obligados a estudiar las obras de todos estos autores, a fin de que en Honduras resplandezca la cultura heterogénea por encima de los odios que señalaba Heliodoro Valle. Nada se pierde con releer los textos de estos hombres que dieron lo mejor de ellos en sus escritos, habida cuenta que el libro y la lectura civilizan incluso en medio del silbido de las balas y el chocar de los machetes más rústicos.