Oscar Armando Valladares
Siendo Francisco Morazán presidente de Centroamérica, dispuso llevar a cabo la apertura de la ruta canalera por Nicaragua. Esta obra -dijo en su discurso del 16 de septiembre de 1830-, “grandiosa por su objeto y por sus resultados, tendrá el lugar que merece en mi consideración, y si yo logro destruir siquiera los obstáculos que se opongan satisfaré en parte los deseos de servir a mi patria”.
Con tacto previsor, no buscó en Inglaterra -entonces la potencia imperial- explorar la construcción del canal; puso la mira en los Países Bajos, unidad territorial formada por Bélgica y Holanda, a donde envió a un agente indagatorio. Tras desavenencias, Bélgica se declaró independiente y la nomenclatura Reino de Países Bajos quedó referida a Holanda, en cuya capital o sede del gobierno el comisionado hizo sus gestiones con resultados improductivos. Al lamentarlo, Morazán señaló que allanados los obstáculos que habían entorpecido la realización de la agenda programada cerca del gabinete de La Haya, hubo otro más poderoso: la falta de salud “del individuo nombrado con aquel fin”. Reiteró que la apertura del canal era el primer objeto de una misión interesante, y que las noticias privadas pero fidedignas de las causas que “embarazaron a los holandeses ocuparse de esta grandiosa empresa, han alejado la esperanza del Gobierno y producido un verdadero sentimiento en el ánimo de los centroamericanos amigos de la gloria y engrandecimiento de la patria”.
Movido por intereses mercantilistas, el proyecto interoceánico pasó a viabilizarse, bastantes años adelante, a través de la estrecha faja geográfica de Panamá, cuando este territorio, después de su independencia de 1821, quedó adscrito a la República de la Gran Colombia. En Francia, el ingeniero y financista Fernando de Lesseps, partícipe en la erección del Canal de Suez (Egipto), encabezó la empresa que produjo los primeros trabajos en el istmo panameño, los que debido a un mar de dificultades políticas y financieras lo indujo a abandonarlos y vender sus derechos de manera irrisoria a Estados Unidos, adquisición que significó la entrega del Canal y de la zona que lo circunda.
Separado de la Gran Colombia, pero uncido, en efecto, al poder hegemónico de Washington, Panamá perdió su soberanía en virtud del Tratado Hay-Buneau Varilla suscrito en 1903, incluidos por supuesto la cesión de la construcción y operación del Canal y de la franja de 10 millas a cada lado del mismo. El 15 de agosto de 1914, fue inaugurada la obra de 81 kilómetros de longitud, tramo al servicio del transporte entre el Atlántico y el Pacífico, cuya abertura causó la muerte de un sinfín de operarios panameños y de otras procedencias.
Después de un prolongado viacrucis, se aprobó la Declaración Tack-Kissinger, acordándose por primera vez abrogar el tratado de 1903, antecedente del histórico tratado firmado en 1977 por Jimmy Carter y Omar Torrijos, mediante el cual se fijaba el 31 de diciembre de 1999 como fecha de entrega del Canal a la nación panameña, lo que efectivamente se hizo.
Empero, ahora es que el presidente Trump, desconociendo lo resuelto oficialmente por Torrijos -fallecido a resultas de un accidente aéreo en 1981- y Carter -muerto hace pocos días-, bravucona apropiarse del Canal, a las buenas o a las malas, propio de un César de nuevo cuño.
Vale, a este respecto, recordar las palabras de Morazán carteadas el 16 de febrero de 1842, a raíz de la ocupación inglesa del puerto nicaragüense de San Juan del Norte: “Con igual motivo a los que han servido para usurpar este puerto, podrán más tarde ocuparse las capitales de los Estados, porque la codicia no conoce límites cuando encuentra un débil pretexto en qué fundar sus pretensiones y un apoyo en la arbitrariedad de un gabinete poderoso”.
De similar talante, fue la respuesta de Torrijos sobre si lo acordado con Carter le hacía merecedor de entrar a la historia. “No, dijo lacónicamente, lo que deseo es entrar al Canal de Panamá. Lección de altivo patriotismo que toca emular a los hermanos panameños y a todos los indoamericanos que no tranzamos con indignos tutelajes.