El poder de los aranceles: la diplomacia de la coerción económica utilizada por los Estados Unidos

Omar Edgardo Rivera Pacheco

*VOX CIVIUM*

Desde que Donald Trump llegó al poder, la Casa Blanca se ha convertido en una fortaleza desde donde bombardea a los vecinos que, según el portaestandarte de “Make America Great Again”, no colaboran con sus deseos, anhelos y planes. El mandatario estadounidense ha encendido nuevamente las alarmas en el tablero de la política internacional, un giro drástico en la forma de entender la diplomacia global, convirtiendo a los aranceles, más allá de simples herramientas comerciales, en armas de presión política de gran alcance, capaces de doblegar voluntades soberanas.

El método no es sutil ni pretende serlo; es una estrategia que mezcla audacia y coerción. Por ejemplo, frente a México, Canadá y Colombia, Trump desplegó su artillería económica con la frialdad de un animalesco negociador que sabe que tiene la sartén por el mango y puede poner a freír en ella a sus colegas de la vecindad, y consecuentemente a pueblos inocentes que habitan en esos territorios. Intimidar con amenazas de imponer aranceles del 25% a las importaciones de estos países, que en gran medida dependen económicamente del flujo de bienes y servicios con los Estados Unidos, no quedaron en simples declaraciones: fueron el detonante de una serie de concesiones expeditas y efectivas que dejaron en evidencia la vulnerabilidad de las naciones sometidas a riesgo.

La presidenta de México, Claudia Sheinbaum Pardo, por ejemplo, no tardó en ceder. La jefa del Ejecutivo mexicano acordó desplegar 10,000 miembros de la Guardia Nacional en la frontera norte para contener el flujo de migrantes ilegales y el tráfico de fentanilo hacia territorio estadounidense; además, estableció un compromiso de cooperación bilateral para combatir el tráfico de armas de alto poder, mientras propuso la instalación de una mesa de negociaciones de alto nivel para revisar temas de seguridad y comercio durante un mes. La urgencia del acuerdo dejó claro que el arma arancelaria de Donald Trump había dado en el blanco.

Por otro lado, ante la amenaza de aranceles similares, el “moribundo” primer ministro canadiense, Justin Trudeau, hizo público que ejecutaría un plan de protección en la frontera cuya inversión rondaría los mil 300 millones de dólares, utilizando innovadoras tecnologías, equipamiento militar terrestre y aéreo, y personal especializado para frenar el tráfico de estupefacientes, especialmente fentanilo. Está claro, entonces, que la suspensión temporal de los incrementos a las tarifas aduaneras para Canadá no vino sin condiciones, ya que el jefe de gobierno canadiense tuvo que comprometerse a colaborar con las autoridades estadounidenses en temas de seguridad, lucha contra el narcotráfico, control fronterizo y migración. Fue el precio a pagar para postergar, al menos por ahora, las sanciones comerciales.

Finalmente, Colombia no fue la excepción. El arrebato y la resistencia inicial del presidente Gustavo Petro se diluyó rápidamente ante la inminencia de un gravamen del 25% sobre sus exportaciones. La aceptación sin restricciones de vuelos con deportados colombianos, incluso en aeronaves militares, fue una de las cesiones más notorias que contrastaron con el arranque de furia y la arenga antiimperialista frente a la decisión de Trump de deportar a migrantes sudamericanos. Igualmente, como parte de la solución a la crisis del pasado fin de semana, se establecieron canales diplomáticos para dar seguimiento a los acuerdos y se aseguró que las medidas de represalia que Colombia había planeado implementar quedaran suspendidas.

Con todo lo acaecido, el republicano más poderoso de la unión americana robusteció su posición como el gobernante extranjero que sabe cómo hacer que otros países bailen al ritmo de sus intereses, fortaleciendo su reputación como cruel negociador y un estratega internacional capaz de alinear -a las buenas o a las malas- las políticas de otras naciones con sus propios y particulares objetivos.

La «diplomacia arancelaria» empleada por el recién electo presidente norteamericano está reconfigurando el orden global, como evidencian las concesiones obtenidas de México, Canadá y Colombia. Aunque esta estrategia resulta efectiva para Estados Unidos, genera inestabilidad en Latinoamérica, impactando negativamente la inversión y el crecimiento, y amenaza con fragmentar el comercio internacional y debilitar alianzas históricas, requiriendo una respuesta colectiva de los gobiernos de la región que proteja la soberanía de las naciones, misma que deberá ser respaldada por los diferentes partidos políticos, gremios empresariales, organizaciones de la sociedad civil y movimientos sociales de cada país.

Posdata: Intimidar, inclusive atropellar a los más débiles le será fácil a Trump. ¿Ahora, podrá con uno de su mismo tamaño? Sí, me refiero a China; ¿la poderosa potencia oriental se arrodillará ante Estados Unidos?

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