LETRAS LIBERTARIAS: Sutil, pero demoledora resistencia

Héctor A. Martínez

No ha sido mi intención arrebatar consignas ni portaestandartes ideológicos a nadie, ni desempolvar manuales de páginas corroídas por el tiempo. No. Lo de “resistir” a las condiciones adversas del medio es una cualidad muy humana, tan natural como el agua, y no siempre debe ser interpretada como la expresión de un acto violento e instantáneo.
Ante la adversidad, la intolerancia humana puede presentarse bastante imperceptible, pero, a la larga, suele ser más devastadora que las revoluciones violentas. En todo caso, se trata de un proceso que implica un tiempo más o menos prolongado, que se configura dependiendo de contextos y condiciones sociales específicas.

¿Cuánto puede resistir una sociedad las ignominias de un sistema injusto y corrompido, cuyos dirigentes se engolosinan con las mieles que ofrece el poder sin percibir, dada su ceguera y su insensibilidad moral, que los pueblos son proclives a reaccionar como lo haría cualquier ente vivo estimulado desde el exterior?

Pregunto esto porque, ahora que vemos las mismas caras en la propaganda electoral hondureña, no pude evitar hacer una reflexión al respecto. Lo que demuestra que quienes tratan de repetir su participación legislativa bajo el cinismo de “atender el llamado del pueblo” son los culpables directos del atraso y la pobreza. Sin embargo, su inconsciencia, producto de su ignorancia y perversidad, les impide saber que el cansancio popular es una realidad filosófica y teológicamente incuestionable; que los malestares colectivos se acumulan, hasta que llegan los tiempos en que “explotan”.

Alguien debería ilustrarlos al respecto. Es decir, la famosa fórmula condensada de Hegel sobre la tesis-antítesis-síntesis, que Marx inmortalizaría más allá de la teoría, es una realidad indiscutible; una fuente dadora de vida y una lección profundísima sobre la inevitabilidad de la historia, especialmente cuando las contradicciones sociales asfixian las posibilidades materiales y espirituales del ser humano. Suena muy marxista, pero es una verdad.

Los descendientes de Marx trataron de acelerar las cosas, pero las revoluciones armadas demostraron ser una engañifa bien montada. De todos modos, quienes conocen algo de filosofía política y llegan al poder, les importa un pito si Marx o Hegel tenían razón. Ese poder les hace creer en la inmortalidad del mal.

“Donde hay poder, hay resistencia”, escribió Foucault. Que no sean visibles no significa que no existan tales fuerzas. Son sutiles, pero destructoras. La resistencia popular es como el goteo paciente en una caverna que, tras largos años, solidifica la estalactita que pende de la roca. La desilusión política funciona como el goteo de la impaciencia. Silentes, las desilusiones representan el fermento del hastío y la voluntad ciudadana. El abstencionismo, para el caso, es una consecuencia de lo que decimos; una revancha que no siempre funciona.

La gente ha despertado hace algún tiempo. Los sucesos del 2009, 2017 y el desencanto con el Gobierno actual representan un saber acumulado que ha modificado la conciencia de los ciudadanos, testigos de las artimañas politiqueras que mantienen a las mayorías en la precariedad material. Pero no olvidemos que el poder y el saber están hiperconectados; la demagogia, los resentimientos y el repudio se comparten en segundos y permanentemente.

Es como escribió Milan Kundera: “Ningún gran error es castigado en el instante en que se comete”. Y es verdad: la paciencia -que los políticos confunden con la obediencia-, se agotó en nuestro país hace un par de años. Ahora solo nos resta esperar por el desenlace inexorable de la verdadera, sutil, invisible, pero destructora resistencia.

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