Por: Segisfredo Infante
Frente a la ausencia de líderes esperanzadores, el mundo entero anda como de capa caída, con un cargamento de incertidumbres como pocas veces en la “Historia”. Hace más de veinte años advertimos la falta de liderazgos mundiales empáticos, y que eso tendría repercusiones en la vida de todos los países, sobre todo de los más vulnerables. No tenemos hombres confiables como Benito Juárez, Franklin Delano Roosevelt, Winston Churchill, Charles de Gaulle, Mahatma Gandhi, Josip Broz Tito, Chou Enlai, John F. Kennedy, Golda Meier, Juan Pablo Segundo y ni siquiera como Nelson Mandela de Sudáfrica.
La actual guerra hipotética de los aranceles, de las deportaciones masivas y del cierre temporal (¿o indefinido?) de las controversiales oficinas de “Usaid”, sugieren una política proteccionista que ha venido a cortarle una de las cabezas al neoliberalismo. Pero no se puede ni se debe combatir algo negativo con políticas negativas que colindan con la crueldad infinita, ni se puede combatir el hambre y la sed robándole el vaso de agua al sediento. No importan las etiquetas llamativas que se les coloquen a tales acciones. Lo que importa es la acción en sí misma y sus largas consecuencias. Tampoco se debe confundir a un puñado de delincuentes con el grueso de los migrantes, que al parecer son millones de personas indefensas, con derechos humanitarios según lo establecen los postulados internacionales.
Es cierto que el neoliberalismo puso énfasis en los intereses desregulados de unos pocos archimillonarios de Wall Street y del mundo. No es culpa de los migrantes que los tecnócratas de “Silicon Valley” hayan colocado todos los huevos sobre unas pocas canastas de otras potencias del trasmundo, habida cuenta del triunfalismo transitorio del submodelo económico de los neomonetaristas o neoconservadores. Eso se llama subestimar a los hipotéticos adversarios del futuro. No es culpa de México ni mucho menos de Canadá los acontecimientos fatales registrados sobre el territorio de Ucrania, con posibles desenlaces indefinidos para los ucranianos. Tampoco es culpa de los migrantes el fenómeno de las guerras escenificadas en el Cercano Oriente, en Sudán y en el sureste de la República Democrática del Congo.
El “Estado de bienestar” está de capa caída en el Hemisferio Occidental. Pero también están de capa caída algunos bastiones del neoliberalismo. No se sabe hacia dónde empujará la maquinaria internacional montada en la actualidad, como si no existieran otras opciones de coexistencia humana. Comprendo que de la noche a la mañana aparecerán nuevos defensores del actual estado de cosas, justificando lo injustificable. Y que mi artículo será como una jícara de agua salada sobre el mar. Una nada, contra el todo, de los acontecimientos desaforados. La única esperanza, como una débil llama de luz, es que en el camino se atraviesen personas cerebrales con la suficiente capacidad persuasiva al momento de negociar los enredos y entuertos que se están presentando de manera inédita, como nunca antes en la “Historia”. Claro, siempre los archimillonarios del planeta recibirán el beneplácito pero con otros colores, salmodias, tecnologías y modalidades. Ahora irán a buscar los diamantes de altos quilates “No” a las corrientes lodosas del África Subsahariana, sino, quizás, por decir algo, a los bordillos del canal de Panamá.
Hemos sido admiradores de Estados Unidos de Norte América. Hasta Karl Marx, Friedrich Engels y José Stalin, admiraron la pujanza de la gran Metrópoli del Norte, por su fortaleza democrática y por su auge económico. Por eso se vuelve incomprensible para nosotros los independientes todo lo que está ocurriendo en aquella gran nación. Esperemos que se trate de una mala racha y que las cosas se neutralicen para bien del mundo. En tanto que las políticas aislacionistas terminan por dañar a los mismos que las implementan, tal como se ha demostrado en los devenires históricos. También son dañinas las políticas excesivamente abiertas sin ningún control. Las desregulaciones neoliberales vinieron a demostrarlo enfáticamente, con la crisis financiera del 2008 y otras secuelas.
Una cosa me ha quedado clara en el curso de mi vida. No se puede rechazar el fanatismo político con otro tipo de fanatismo. No se puede neutralizar la locura haciendo alardes de locura. No se debe combatir el racismo con el racismo. No se puede luchar contra lo enigmático anticipando acciones que le favorezcan al hipotético adversario. Por eso se deben cuidar los lenguajes que se utilicen en cada momento histórico, a fin de dejar las ventanas abiertas a las posibles nuevas negociaciones con los interlocutores de que se trate, sean amistosos o inamistosos. Los grandes problemas de la humanidad jamás se han resuelto con consignas bravuconas ni mucho menos con lenguajes altisonantes. En tal sentido debemos aprender algo de las herencias suaves de Talleyrand y de Chou Enlai. Por último, casi todos estamos de capa caída, y será difícil demostrar ante el mundo que la gran mayoría de los migrantes son cristianos honestos y trabajadores. No criminales.