“¡UNA joya literaria su libro Kairós! –el gentil mensaje de un intelectual que reside en el exterior– que recibí como obsequio de un familiar que vino a pasar unos días con este su siempre amigo y servidor, durante las fiestas navideñas. Atrapa desde la primera página de su sugestivo prólogo, en el cual, con su característico buen humor y una nota de ironía, dedica una ocurrencia de su recordado padre, (“es que así son felices, no rebuznan por falta de habilidad”) a quienes, como usted mismo adivina no van a leer el libro que reciben, “a quienes se sienten a gusto con lo poco o nada que leyeron en su vida”; hasta la ingeniosa recapitulación final, de un epílogo que se va escribiendo solo, mientras los personajes discuten si escribir o no el epílogo. Es literatura reparadora, repleta de historias, cuentos, anécdotas, narraciones de lo real y de lo novelesco, cartas a su nieta, fragmentos de editoriales escogidos, crítica bien manejada que despierta los sentidos, en fin, lectura para todo momento y para todos los gustos. Una versatilidad de temas que nos transporta, entre risas, lágrimas y reflexiones profundas, a estadios superiores de la imaginación y del pensamiento. Encantadoras las conversaciones quijotescas de esos dos personajes, Winston y el Sisimite, tan lúcidas cual espejo de nuestra propia realidad. Cada relato es una lección disfrazada de ficción o más que de ficción de esa cruda verdad de los frenéticos tiempos que vivimos. Las elegías despiertan memorias dormidas con una nostalgia que conmueve el corazón. La ironía y el humor ágil equilibran la profundidad, mientras los artículos sobre la fe y esas cartas de otra época –tan distintas a los mensajes fugaces de hoy– añaden un encanto nostálgico. Es un libro para releer en cualquier estado de ánimo: consuela, inspira, divierte y acompaña. ¡Un tesoro para quienes buscan más que una simple lectura!”.
“¿Sabía usted –mensaje de la amiga abogada– que es un “influencer”? Ahhh, y no desde ahora, y mire qué, de diferentes generaciones; tiene un don y además nos abre su corazón de cuando en cuando”. “Usted logra que nosotros sus lectores/fans estemos inmersos en el mundo de Winston y el Sisimite, que “influencers” esos… nos hacen reír, nos alegran y divagan”. “Pero lo que más me gusta es que nos obliga sutilmente al eterno debate, a la reflexión, a valorar lo que vale: la vida, el tiempo, las personas, la amistad, el trabajo, el amor, la familia, el país; bueno lista interminable…”. La leída amiga: “A Newton y a Mozart no les validaban los “laiks” sino la atención silenciosa, los suspiros, los aplausos”. “El que juega, fuma, come y bebe mucho, no entiende la búsqueda aristotélica de perseguir la virtud y servir a la polis como fuente de felicidad; (aplica también a la promiscuidad)”. “Pero por decir cosas, así me dicen que me baje del «high horse» o «doña Perfecta». Alusivo a la conversación de cierre: (-Solo que –ironiza Winston– la diferencia de los maestros y escritores de antes –que influenciaban positivamente con su cátedra y sus escritos– con muchos “influencers” de hoy en día, es que estos de ahora solo con marranadas influyen al hatajo de usuarios de sed insaciable de entretenimiento que se nutre de frivolidades. Digamos, el maestro Newton –leyendo, observando– descubrió el principio de la gravedad, estos “influencers” de ahora, la “gravedad de un principio”: el de las plataformas de adicción y el de las redes sociales. ¿Cuántos “likes” crees que me den por ese sarcasmo?).
(El día de San Valentín –entra el Sisimite– supe que la nieta te pidió: “Hoy, si quiere, escríbame un mensaje del valor del amor; no tiene que ser carta, solo un párrafo”. ¿Se lo mandaste? -Por supuesto –responde Winston– “¿No es el amor un relicario de instantes robados a la fluida vertiente de recuerdos inagotables; el tributo que inmutable pervive al agitado paso de los tiempos; los destellos de felicidad que irradia la hermosura de sentimientos acrisolados; el hechizo de palpitaciones silenciosas cuyos expresivos ecos desafían el olvido; lo que resiste obstinado el menosprecio de esa prisa absurda, sin mapas, brújulas, compases o relojes, de hoy en día; el hálito que lo divino da al alma para que apreciemos el místico encanto de la vida?).